Si alguien necesitara pruebas de que los activistas en Internet pueden causar estragos en el mundo real, las últimas semanas han proporcionado megabytes de evidencias. Encolumnándose detrás de WikiLeaks, los miles de activistas virtuales que han llegado a los titulares de los diarios en diciembre tras hackear los sitios de MasterCard y Visa han estado diversificándose.
Operando bajo la insignia “Anonymous”, sus otras formas de acción incluyeron la alteración de sitios web, distribución de panfletos y un rol en la Revolución de los Jazmines de Túnez.
Activistas de Anonymous atacaron y hackearon varios sitios del Gobierno antes de la salida del ex presidente Zine al Abedine Ben Ali. También han tomado como blanco a Gobiernos que consideran enemigos de la libre expresión.
El mes pasado, el sitio web del Ministerio de Finanzas de Zimbabue fue hackeado y la página principal reemplazada por un mensaje de Anonymous.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD) dijo la semana pasada que es poco probable que los ataques a sistemas informáticos generen conmoción global por sí mismos, aunque podrían causarla si fuesen lanzados en medio de desastres naturales, como una gran erupción solar que arrase con satélites y otros soportes para la comunicación.
Pero esto no refleja lo esencial. El caos global no es la meta de Anonymous. Tal como demuestran los casos de WikiLeaks y Túnez, el grupo apunta a entidades específicas y sus ataques buscan causar retrasos temporarios más que destruir.
No hay que pensar en ellos como hechos de una guerra virtual, sino como ataques rebeldes de alto perfil.